Fragmento...

- Si, quizá eso sea lo mejor- envalentonándose, Igarashi Higure se acercó a Fukushima Miu y su mano izquierda cogió la derecha de ella-. ¿Recuerdas cuando dijiste que tenía que ser fuerte?- la muchacha asintió, desde cerca, Igarashi Higure pudo comprobar que sus ojos, normalmente de color miel, tenían un pequeño y precioso rastro de verde-. Ahora debes serlo tú. Y yo estaré para apoyarte, siempre que lo necesites.

No esperó respuesta, simplemente la acercó y la abrazó con fuerza, pasando su único brazo por su cintura. Fukushima Miu se abrazó a él, lo cogió como si no hubiera mañana, como si no quisiese separarse de él. Ambos se separaron, una pequeña brecha se abrió entre ellos. No se había dado cuenta, pero en los pocos meses que Igarashi Higure había estado en el dojo, había igualado la altura de la muchacha.

Los ojos de ambos muchachos chocaron en una intensa mirada, los de ella titilaban, como si de una pequeña llama se tratase. Los de él, la miraban con dulzura, acaparando cada detalle de su rostro: sus hermosos ojos, sus labios apetecibles y carnosos, sus suaves mejillas... Ambos acercaron sus labios y se fundieron en un profundo y húmedo beso. El corazón de Higure comenzó a latir más deprisa y un pequeño cosquilleo surgió en su estómago. Lo que el muchacho no sabía, era que a Fukushima Miu le estaba ocurriendo exactamente lo mismo. Después de un minuto, ambos se separaron y se sonrieron. Un precioso y rojizo rubor coloreó las mejillas de la muchacha, lo que hizo que Igarashi Higure, sin poder contenerse, la volviera a besar, aunque esta vez, el instante fue más breve.

- Debería continuar con el arroz- dijo ella una vez se hubieron separado.

- Está bien- contestó el muchacho de mala gana-. ¿Te importa si te miro?

Ella sonrió y no dijo nada, se acercó y lo besó por última vez, antes de girarse y continuar haciendo bolas de arroz.