Recuerdo aquellas conversaciones de escalón entre viejos compañeros. Recuerdo aquellas viejas conversaciones en las que intentábamos arreglar el mundo. Recuerdo como reíamos, siempre reíamos. Recuerdo cuando éramos niños, cuando los mayores problemas del mundo eran los que no nos importaban. Recuerdo todo sobre lo que hablamos, he dicho que reíamos, pero a veces, a veces también discutíamos, discutíamos y creíamos que teníamos la razón absoluta sobre todo.
Si, lo recuerdo. Recuerdo cuando creíamos que seríamos los mejores amigos para toda la vida. Recuerdo cuando los sentimientos de amistad afloraban, cuando decíamos que nada ni nadie nos iba a separar, porque, por supuesto, nosotros eramos los seres superiores entre tanta mediocridad.
Recuerdo como veíamos el mundo, como todo nos parecía difícil y, a la vez, todo nos parecía sencillo. Recuerdo como una simple palabra podía hacernos creer que eramos capaces de todo y, aún así, nunca salíamos de aquel acogedor portal que nos daba la bienvenida todas las noches y tardes de sábados y domingos.
Recuerdo vagamente los momentos tristes, pero recuerdo con fuerza los momentos alegres. Recuerdo, recuerdo y recuerdo, no hago otra cosa.
Quizá sea malo tanto recordar, pero es bonito pensar que pasamos nuestra infancia rodeados de las mejores personas que pudimos encontrar.
Y dime, después de tanto tiempo ¿tú te encontraste con las personas que querías encontrar? Soy sincero, nosotros no elegimos con quien nos encontramos, eramos aquellos que no estaban a gusto con los aquellos que los rodeaban. Aún así, hoy en día, no me arrepiento de tener todos esos recuerdos.